La presente entrevista forma parte de la tesis de licenciatura de David Concho, estudiante de periodismo de la Facultad de Comunicación de la UH, relacionada con la revista Espacio Laical. La misma de discutió exitosamente y está disponible en la biblioteca de dicha facultad. Prestigiosos intelectuales cubanos desentrañan su vínculo con la publicación habanera.
Carlos Alzugaray sobre Espacio Laical (Págs. 127-129)
Por David Corcho:
¿Qué razones de carácter histórico o político han permitido que E.L. tenga un lugar de enunciación dentro del ámbito público cubano?
Creo que el hecho de que nunca hubo muchas revistas del tipo de E.L., es una razón importante. Surge en un momento donde muchas de las revistas de ciencias sociales que existían en nuestro país habían desaparecido por el período especial; había un lugar vacío en el cual a E.L. le fue relativamente fácil introducirse. Hay también, ya a la altura de los 90, desde el punto de vista ideológico, una necesidad de romper determinados esquemas que habían dominado en las ciencias sociales cubanas hasta ese momento, luego de una etapa donde todo estuvo muy controlado. Hoy día, sin embargo, surgen publicaciones de manera muy espontánea, sin necesidad de pedir permisos; sencillamente las personas las lanzan, y E.L. es una de ellas. Y, por supuesto, la revista también nace al calor de una nueva relación entre la Iglesia católica y el Estado, que tuvo su punto de giro en la visita del papa Juan Pablo II.
¿Cuál cree usted que son los aportes de E.L. a la cosa pública cubana?
Bueno, en primer lugar, abre un espacio a determinadas opiniones, que sin ser contrarrevolucionarias, creen que hay necesidad de modificar algunas cosas, o al menos de tener un debate público sobre algunas cosas. Creo que hay un segundo aspecto y es que ellos le abren un espacio a un sector cubano fuera de Cuba que no siempre ha sido bien visto dentro de la isla. Desde que hubo el gran debate sobre la “cubanología”, por allá por la década del setenta u ochenta, ha sido difícil que ellos encuentren un lugar en publicaciones cubanas dentro de Cuba. Esas personas no son necesariamente, como se decía en aquella época, instrumentos del imperialismo; algunos son estudiosos serios de la realidad cubana, como Carmelo Mesa-Lago, Jorge Ignacio Domínguez, entre otros. Son personas que, desde una posición científica, han hecho determinados análisis de la realidad cubana los cuales hay que atender.
¿Es decir que hay unos criterios de selección bien establecidos a la hora de seleccionar quién participa? ¿Cuáles son esos criterios?
Sí, creo que no publican a cualquiera. Pero pienso también que hay un esfuerzo por buscar diversidad dentro de la concepción que tienen ellos. Primero, no enfrentamiento con lo fundamental de la Revolución. E.L. evidentemente tiene un perfil político que es de acompañamiento crítico de la Revolución. Diría que buscan propuestas constructivas y que buscan, también, personas relevantes, que tengan impacto en la opinión pública; cualquier persona no puede escribir para E.L. Quizá lo que mejor refleja esta idea es cuando ellos publican un dossier sobre un tema. Buscan a distintas personas, de afuera y de adentro, y conforman un discurso plural entre intelectuales de relevancia.
Entre las personas que participan dentro de E.L., ¿qué sectores de la sociedad civil cubana puede ver identificados ahí?
No me he dedicado a pensar eso. Pero ellos buscan obviamente intelectuales de alto nivel como Juan Valdés Paz, Víctor Fowler… Ellos buscan obviamente gente de punta, personas con altos conocimientos. Hay personas que yo no conozco, pero imagino que sean de la propia Iglesia.
¿Cuál es la noción de espacio público que está incluida, de manera explícita o no, dentro del discurso de la revista E.L.?
Creo que ellos están metidos de lleno en el tema de la oposición leal, ese es un desiderátum y al mismo tiempo un centro sobre el cual gira todo ese empeño político que es E.L. Tienen una clara vocación por influir en el rediseño de la estructura constitucional e institucional cubana, ese es otro leitmotiv. Una de las preocupaciones de ellos, que yo comparto, es que la actualización del modelo económico conlleva también un rediseño político. Que debe empezar por la constitución y continuar mucho más allá, hacia el problema de las elecciones, el de los partidos políticos. Frente a este problema en específico, yo no tengo una posición dogmática; es necesario aceptar que los partidos aparecen como una necesidad de expresión política de la sociedad y es lógico pensar, al mismo tiempo, que si el Partido logra expresar las múltiples opiniones generadas de la sociedad civil entonces no hay necesidad de otras formas de canalización de la voluntad política, pero si no lo logra es inevitable que sectores de la sociedad busquen canalizar esas opiniones a través de otras instituciones.
¿Usted quiere decir que E.L. está trabajando para convertirse en un partido político?
Creo que sí. Eso lo dijo el propio Roberto Veiga abiertamente en un evento organizado por Desiderio Navarro en la revista Criterios. Yo no lo descartaría pero tampoco es algo que considero imprescindible. Aquí en Cuba los partidos desaparecieron porque se hicieron irrelevantes con la dictadura de Batista. Y luego del triunfo revolucionario, debido al enfrentamiento con los Estados Unidos, las tres organizaciones políticas fundamentales, el M-26-7, el Directorio Revolucionario y el PSP, tuvieron que unirse inevitablemente. Es decir, que hay un contexto, y una coyuntura donde la sociedad cubana hubo de pasar de un sistema multipartidista cerrado y caduco, a un sistema de un solo partido. Pero eso puede cambiar… No sé cuál será el ambiente para discutir esto; antes, mencionar el tema nada más, era buscarse un chaparrón de protestas, pero no creo que sea lógico y racional decir que no se discuta nunca.
¿Usted cree que lo que aparece en la revista E.L. sea escuchado por las instituciones políticas de la isla?
Me consta. He recibido noticias de gente que me ha dicho “oye, estuve en una reunión donde se habló lo que tú dijiste en E.L.”, y no una reunión cualquiera, sino una reunión con gente importante. También hay que recordar que E.L. es una revista de la Iglesia, y la Iglesia es atendida por un Departamento de Asuntos Religiosos.
¿Qué es lo que lo ha motivado a colaborar con EL?
Básicamente ha sido una iniciativa de ellos. La primera colaboración fue una entrevista que me quisieron hacer sobre Estados Unidos. Yo fui profesor de Sistema Político de Estados Unidos en el ISRI, y siempre que me han pedido artículos ha sido sobre ese tema en particular.
Sin embargo, usted ha aparecido en algunos dossiers y entrevistas hablando sobre democracia deliberativa…
Es cierto, también mi colaboración ha ido por esa línea. Digamos que yo sin ser un experto en la materia, sin ser un especialista en Habermas o Rawls, soy un admirador, si pudiera decirse de esa manera, de la teoría habermasiana sobre la acción comunicativa. En gran medida por que creo en eso; creo que la forma, o la mejor forma de hacer política, es a través de la deliberación. Por otro lado, pienso que el gobierno cubano practica la democracia deliberativa, aunque no lo llame así. Cuando el gobierno decide que una ley debe ser discutida por el pueblo, que los lineamientos deben debatirse en todo el país, está haciendo democracia deliberativa. En relación con lo que hablábamos sobre partidos políticos, la deliberación no los supone como necesarios, y eso es bueno, porque los partidos políticos por lo general generan poderes oligárquicos; tienden a ser controlados por una élite; es raro que eso no pase, y eso incluye, por supuesto, al Partido Comunista de Cuba.
En torno al sector privado, la gente no se pone de acuerdo sobre hasta dónde es necesario extender la propiedad privada, pero nadie discute hoy la necesidad y la legitimidad en el modelo económico de la presencia del sector privado. Y esto pone sobre el tapete una idea importante, y es que en la deliberación tú mismo te obligas a pensar tus presupuestos y a racionalizarlos. Porque antes de pensar —y a esto los cubanos somos muy dados—, más bien tienes una posición pasional que racional. Por ejemplo, yo estoy en contra del mercado, porque genera desigualdades, pero ¿es racional pensar que no va a haber mercado? La deliberación implica llegar a acuerdos racionales porque la impulsa y justifica un objetivo político, y eso es importante.